domingo, 8 de febrero de 2009

PERSONA

Una vez soñé que yo era el actor de una obra de teatro y en plena función, delante de harto público, se me olvidó el texto. No sabía qué parlamento me tocaba. Mi partenaire esperaba el pie, y yo no pude darle el pie, ni la mano ni la voz. Me quise morir. Mi vergüenza fue tanta que desperté. Lo mismo le pasó a la actriz Elizabeth Vogler en la película Persona (1966), de Ingmar Bergman. Durante la función, a la actriz se le fue el texto; soltó una tosecita y se puso a reír. Se la llevaron de urgencia al hospital, porque se quedó muda. Estuvo internada varios días. Pero su estancia allí no consiguió devolverle la voz. La doctora (Margaretha Krook), le pone de planta una enfermera, Alma (Bibi Andersson), para que la atienda. La enfermera se presenta ante la paciente sin saber que sería el inicio de una relación bastante peculiar. Los días pasan y la actriz nomás no se cura. La doctora, de plano, le dice a Elizabeth que en el hospital no pueden hacer más por ella. Le da a entender que ahueque el ala, pero para que no se oiga feo, le dice que le presta una cabaña que tiene a la orilla del mar. A la actriz le parece buena idea; hace sus maletas y se va a la casa que le prestan, acompañada de la enfermera Alma. Y allá, en los días playeros, Alma le cuenta muchas cosas de su vida. Y Elizabeth sólo escucha, pues ya dije que no puede hablar; sin embargo, somete como un verdugo a la enfermera. Hay varios momentos en que hay tal compenetración que uno llega a pensar: seguramente se van a acostar, pues las dos son unos cueros de mujeres, y pienso que la peli es, entre otras cosas, un homenaje a la belleza nórdica; pero no, no se acuestan. Sin embargo, Pasa lo peor: Elizabeth le chupa la sangre, literalmente, cual vampira, a Alma. Y Alma, como cualquier víctima de vampiro, se deja chupar la sangre y el Alma. Por chistoso que suene: Alma se queda sin alma. Adquiere otra personalidad. Y uno se asusta de pronto porque uno se siente como en una peli de horror; lo siniestro de la relación sale a la superficie. Pero, de tanto en tanto, Bergman corta la peli, como si la cinta se rompiera por exceso de calor o distracción del cácaro, y esto se agradece porque entonces uno se toma el tiempo para decirse: “Ay, pues es una película; es ficción, eso no existe.” Luego de estos rompimientos o distanciamientos brechtianos, la peli continúa para que más adelante Bergman nos vuelva a hipnotizar con su historia de pasión esquizofrénica, nos meta los colmillos en el pescuezo como lo hace la malvada Elizabeth con la señorita Alma. Qué cosa. Y hasta aquí dejo este comentario para que no se me cuele un spoiler como dicen los grandes críticos del séptimo arte.

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